miércoles

Novela III-Decamerón.

Comentario de la novela III, Jornada VII del Decamerón de Boccaccio.



El fragmento que vamos a analizar pertenece al comienzo de la novela tercera de la jornada VII del "Decamerón" de Bocaccio.
Bocaccio es un escritor florentino del siglo XIV que además de esta obra escribió algunas como "La Teseida", "Comedia de las ninfas florentinas", "El Filostrato"… El texto seleccionado es narrativo, pertenece al subgénero de los cuentos literarios.
La lectura está dividida en cuatro párrafos con extensión desigual el primer párrafo, constituye un resumen típico de esta jornada, es decir, una mujer adultera con un clérigo engaña a su marido que es mayor y rico, la peculiaridad del relato es el ataque anticlerical que observamos a parte de la burla producida sobre la figura del marido.
Al principio del argumento aparece el personaje de Fray Rinaldo, y el poder curativo de las oraciones y salmos para subsanar la enfermedad de las lombrices en un niño pequeño. Este motivo es recurrente en todo el folclore local italiano con lo cual sabemos que Bocaccio lo toma tanto de la tradición literaria como también oral.
El segundo párrafo leído supone el marco narrativo del cuento que va a servir de introducción del relato en sí, dentro del mismo nos, encontramos con tres nombres propios: Filostrato, Elisa y Emilia. A lo largo de toda la jornada VII va a ser Dioneo el que presida que la temática de las historias sean oportunas y guarden relación con el tema del engaño que se produce de la mujer hacia el hombre.
Comienza el párrafo con cierta ambigüedad semántica en la línea tres, se compara la fogosidad sexual con la de las yeguas pardas, no sabemos bien esa misma idea guarda relación la propia protagonista y de ahí que se cuente su biografía.
Si hay cierta complicidad entre la historia contada y la burla que se produce de su escucha, en la línea seis hay una invocación hacia las damas en general que cumplen el papel narrativo igual que vuestra merced en el "Lazarillo de Tormes", en la línea siete encontramos la primera referencia de que el cuento narrado es de propagación oral ("Elisa comenta"; "Me ha venido a la memoria").
El tercer parágrafo sitúa el planteamiento del relato con la presentación de los personajes y parte de la trama que nos vamos a encontrar, no es cuestión baladí que el marido sea de Siena, sabemos por datos biográficos que ambas ciudades –Siena y Florencia- mantuvieron a lo largo de la Edad Media una fuerte disputa por el control financiero, Mercantil y monetario por el control de la hegemonía en el Piamonte, es frecuente que se intente engañar o menospreciar a los de la ciudad rival, aludiendo a ellos como hipócritas, enriquecidos, de falso clericalismo para vituperarlos. Comienza la introducción de una manera lenta reforzada con el uso del polisíndeton y periodos oracionales extensos.
Del hombre se critica que sea rico, de Frailinaldo en la línea 20 observamos el uso despectivo o peyorativo del sustantivo pasto, etimológicamente esta palabra alude a un modo de vida determinado, ocioso en su conjunto, nos sugiere el autor que prima el fraile el deseo de satisfacer sexualmente a la dama antes que los asuntos propiamente clericales a su oficio.
En la línea 24 la descripción adjetival "galante y adornado", son adjetivos que casan mejor con el caballero del amor cortés que con un clérigo, es decir, se le asocia a aspectos mundanos profanos claramente seculares.
El último parágrafo es el más amplio viene introducido por dos interrogaciones retóricas y una respuesta exclamativa que es un juicio universal acerca de la relajación de costumbres de la época, se le critica al fraile el hecho de tener una apariencia obesa generalizando este hecho a otros clérigos lo que contrasta con la humildad propia que se supone han de tener los cristianos.
Enumerando los defectos podemos citar los siguientes: son gordos, tono de piel sonrosados, de vestimentas suntuosas, hinchados como gallos, sus despensas están colmadas (línea 31) de "electuario" ; dulces líquidos en forma de mermelada a base de azúcar que lo mismo eran utilizados con propiedades curativas o como sofisticado manjar, así mismo abundan los vinos y la gran mayoría de ellos se nos comenta burlonamente que la enfermedad más común era la gota. En las últimas líneas se arremete contra los clérigos que no respetan ni el voto de pobreza ni el de castidad como hicieron Santo Domingo y San Francisco. La última línea arremete no solo contra los religiosos de vida relajada sino también contra quienes les dan de comer contra los necios que pagan y hacen posible sus vicios.
En el texto leído se puede observar una dualidad, por un lado el argumento prosaico de la mujer que con determinado ardí o estratagema consigue engañar al marido, en este caso con un clérigo que es compadre suyo (la relación de comadrazgo y compadrazgo, en la Edad Media, a veces roza el plano incestuoso; por otro lado la diatriba anticlerical es evidente tal y como hemos reflejado en nuestro comentario anteriormente, no solo contra dominicos y franciscanos en general si no también a todos aquellos clérigos que no respetan los votos sagrados a fines a su confesión cristiana católica. Valoramos que el texto es sencillo en su planteamiento temático, a nivel formal tampoco encontramos grandes dificultades aunque subyace en el mismo una clara visión subjetiva del propio autor contra la religión en boca de sus personajes.


Fray Rinaldo se acuesta con su comadre, lo encuentra el marido con ella en la alcoba y le hacen creer que estaba conjurando las lombrices del ahijado.
No pudo Filostrato hablar tan oscuro de las yeguas partias que las sagaces señoras no le entendiesen y no se riesen algo, aunque fingiendo reírse de otra cosa. Pero luego de que el rey conoció que su historia había terminado, ordenó a Elisa que ella hablara; la cual, dispuesta a obedecer, comenzó: Amables señoras, el conjuro del espantajo de Emilia me ha traído a la memoria una historia de otro conjuro que, aunque no sea tan buena como fue aquélla, porque no se me ocurre ahora otra sobre nuestro asunto, la contaré.
Debéis saber que en Siena hubo en tiempos pasados un joven muy galanteador y de honrada familia que tuvo por nombre Rinaldo; y amando sumamente a una vecina suya y muy hermosa señora y mujer de un hombre rico, y esperando (si pudiera encontrar el modo de hablarle sin sospechas) conseguir de ella todo lo que deseaba, no viendo ninguno y estando la señora grávida, pensó en convertirse en su compadre; y haciendo amistad con su marido, del modo que más conveniente le pareció se lo dijo, y así se hizo. Habiéndose, pues, Rinaldo convertido en compadre de doña Agnesa y teniendo alguna ocasión más pintada para poder hablarle, le hizo conocer con palabras aquella parte de su intención que ella mucho antes había conocido en las expresiones de sus ojos; pero poco le valió, sin embargo, aunque no desagradara a la señora haberlo oído. Sucedió no mucho después que, fuera cual fuese la razón, Rinaldo se hizo fraile y, encontrara como encontrase aquel pasto, perseveró en ello; y sucedió que un poco, en el tiempo en que se hizo fraile, había dejado de lado el amor que tenía a su comadre y algunas otras vanidades, pero con el paso del tiempo, sin dejar los hábitos las recuperó y comenzó a deleitarse en aparentar y en vestir con buenos paños y en ser en todas sus cosas galante y adornado, y en hacer canciones y sonetos y baladas, y a cantar, y en una gran cantidad de otras cosas semejantes a éstas.
Pero ¿qué estoy yo diciendo del fray Rinaldo de que hablamos? ¿Quiénes son los que no hacen lo mismo? ¡Ay, vituperio del perdido mundo! No se avergüenzan de aparecer gordos, de aparecer con el rostro encarnado, de aparecer refinados en los vestidos y en todas sus cosas, y no como palomas sino como gallos hinchados con la cresta levantada encopetados proceden; y lo que es peor, dejemos el que tengan sus celdas llenas de tarros colmados de electuario y de ungüentos, de cajas de varios dulces llenas, de ampollas y de redomitas con aguas destiladas y con aceites, de frascos con malvasía y con vino griego y con otros desbordantes, hasta el punto de que no celdas de frailes sino tiendas de especieros o de drogueros parecen mayormente a los que las ven; no se avergüenzan ellos de que los demás sepan que son golosos, y se creen que los demás no saben y conocen que los muchos ayunos, las comidas ordinarias y escasas y el vivir sobriamente haga a los hombres magros y delgados y la mayoría de las veces sanos; y si a pesar de todo los hacen enfermos, al menos no enferman de gota, para la que se suele dar como medicamento la castidad y todas las demás cosas apropiadas a la vida de un modesto fraile. Y se creen que los demás no conocen que además de la vida austera, las vigilias largas, el orar y el disciplinarse deben hacer a los hombres pálidos y afligidos, y que ni Santo Domingo ni San Francisco, sin tener cuatro capas cada uno, no de lanilla teñida ni de otros paños señoriles, sino hechos con lana gruesa y de natural color, para protegerse del frío y no para aparentar se vestían. ¡Que Dios los ayude como necesitan las almas de los simples que los alimentan!

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