Al Lector.
El poema
“Al lector” de Baudelaire, supone el prepacio o prologo con que este autor
“maldito”, precursor del simbolismo, encabeza su poemario Las flores del mal.
Esta obra ha condicionado toda la poesía posterior que se ha escrito desde
finales del siglo XIX hasta la actualidad, bien denostándola o bien loándola.
Este manifiesto escrito en diez
estrofas (octavas) constituye una declaración de intenciones del propio autor.
Desde el principio se nos advierte que el Bien y el Mal son dos constituyentes
mediatos de la realidad aunque él se decanta por el Mal como símbolo corrosivo
degradante y amoral de lo que quiere criticar: una burguesía acomodada,
ficticia, alienada, que busca en el mundo una superficialidad evasiva de la
realidad. Frente a ello, el poeta debe hurgar, escarbar en la mente del lector
retorciéndole el epigastrio hasta sacar del receptor lo más hondo, oculto,
profundo que se haya en su interior: el Mal.
En la primera estrofa sorprende la
enumeración gravativa de pecados o males capitales: la necedad engendra
ignorancia; el error estulticia y equivocación; el pecado la derivación de la
conciencia hacia lo maligno; la tacañería o la avaricia no tiene que ser
únicamente material sino también espiritual. Todos estos rasgos o cualidades
negativas anidan en nuestro cuerpo, se han adueñado de nuestro espíritu, forman
parte ontológicamente de nuestro ser. Por lo tanto, no se es mendigo por no
disponer de alimento, sino por tener cualidades morales que se apartan de la
bondad.
La segunda estrofa incide en lo
mismo que la anterior: no podemos erradicar el Mal, bien porque no queremos o
porque falta dicha voluntad. El Mal retorna siempre, porque extraemos más placer
del mismo que del Bien. Parodiándolo, podríamos afirmar que “lo mejor del
arrepentimiento es el pecado”. La propia biografía del autor subraya su vida
díscola enredado en amores con hetairas en una vorágine de drogas, sexo y
alcohol. El camino cenagoso, al que alude en el verso de esta estrofa, es el
propio camino de la existencia, tópico literario del vita fumen. El adjetivo con su matiz negativo hace referencia
explicita a una existencia enajenada donde solo observamos la maldad, la
crueldad, la vileza, la estulticia, la codicia, la avaricia, el
arrepentimiento. Las lágrimas no son purificadoras, puesto que no son sinceras,
solo sirven para callar nuestra conciencia.
La estrofa tercera hace referencia a
Satán Trismegisto, referencia ineludible al dios Thot. ¿Qué ocurriría si al
hombre no lo hubiera creado Dios, sino Satán? ¿Cuál seria nuestra concepción de
la vida entonces? Si el diablo en su sapiencia nos hubiese compuesto
orgánicamente para el Mal, ¿que razón habría para denostar el Mal? Nuestro espíritu
esta encantado o atraído hacia esa rama denominada “negativa” del Mal, sin
embargo, si la voluntad nos orienta al pecado y extraemos más placer del mismo
que de la virtud, ¿cual es el sentido de obrar rectamente?
La estrofa cuarta, el diablo ocupa
ese papel protagónico. No se puede huir del Mal porque Satán es el demiurgo que
empuña los hilos de nuestra existencia. Por ello los objetos repugnantes son
considerados como atractivos, lo que se incardina con la estética de la fealdad
en Boudeliere. El infierno supone un camino de descenso, pero ya no al horror o
a la vacuidad, pese que a las tinieblas hiedan.
La estrofa quinta vuelve a concretar
esa idea en el personaje del libertino (ser amoral que huye de la
convencionalidad: su amoralidad radica en su inmoralidad). La moral cristiana
versa sobre el Bien; la inmoralidad es apartarse, precisamente, de ese Bien. La
amoralidad sería superadora del Bien y del Mal, puesto que ya no hay una
concepción dual o maniquea del mismo. La ramera de la que habla en esta
estrofa, da lo mismo que sea mujer u objeto, no importa la profesión u oficio.
Es vieja, pero este valor como epíteto, indica no la antigüedad de su oficio
sino la calidad moral que había en el mismo, perpetuándose en el tiempo. La
primera ramera de la historia es la propia creación, puesto que al parir al
pecado ha abierto esa caja de Pandora que ha permitido que el Mal se extienda
se propague por todos los confines del universo. El placer, al compararlo con
la metáfora de la naranja con forma ovalada, remite a cierta acidez dulzona de
nuestra propia existencia. El Mal atrae, pero aun así nos gusta saborearlo.
En
la decima estrofa nos encontramos rasgos del tedio, que lo vuelve a
personificar, que bosteza y llena de lagrimas sus ojos (acto involuntario).
Mientras bosteza tranquilamente y fuma su pipa, sueña con patíbulos, por lo
tanto implica una agonía. El tedio puede que no empuje al hombre a cometer
graves pecados pero si lo mantiene en una inactividad que luego recogerán
Kafka, Sartre, Cammis y Unamuno, dentro de la filosofía existencialista. Cuando
en el verso tercero de esta estrofa se habla del “delicado monstruo”, a parte
de la antítesis evidente, hay un oxímoron que puede tener una apariencia
inofensiva pero que también puede llegar a cometer grandes cosas (otra vez el
juego de la teoría de la correspondencia). Cierra la estrofa dirigido el poema
al hipócrita lector, porque en el fondo todos, somos hipócritas en nuestro
ámbito de actuación. Al igual al receptor con el vocativo “mi hermano, mi
semejante” no solamente habla de nosotros como receptor sino que se esta
igualando, uniéndose a nosotros.
A
modo de conclusión, de este poema podemos sacar varios ejes temáticos que luego
analizaremos en detalle en la lectura propuesta:
1. La vuluoptisidad del Mal en la que
se complace y tortura el pecador. El Mal atrae porque es bello, no hay noción
del pecado.
2. El diablo desempeña un papel
fundamental como jefe del Mal: si Satan ha creado al hombre y no Dios es lógico
pensar que nos atraiga el Mal que el Bien.
3. La vida interior supone a veces un
descenso al infierno, al vicio: esta idea no es original de Bodeliere, la toma
prestada del humanista renacentista italiano Dante Alighieri, autor de la Divina
Comedia donde el propio poeta donde acompañado por Virgilio, baja
al inframundo en un recorrido que abarca desde el infierno, al purgatorio y al
cielo.
4. La muerte es ineludible, inevitable.
Si se concibe como ciclo biológico hay que perder el miedo ante ella.
5. La constitución esencialmente
pecadora del hombre y su instintiva natural tendencia al caos.
Gracias por tu reflexión. Muy enriquecedora.
ResponderEliminarBuen análisis del poema, que, efectivamente, sirve como introducción al libro.
ResponderEliminarLo he puesto en mi blog, citando la fuente. Espero que no te importe compartirlo. Gracias